Acoso escolar e institucional (Pincha en la imagen)

Acoso escolar e institucional (Pincha en la imagen)
ACOSO ESCOLAR E INSTITUCIONAL (Pincha en la imagen)

Traductores

English plantillas curriculums vitae French cartas de amistad German temas para windows Spain cartas de presentación Italian Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

miércoles, 25 de junio de 2014

Bullying en primera persona

 

EN RECUERDO Y HOMENAJE DE NAIRA COFRECES

 

OMAR BELLO - Fui víctima de bullying durante años. Escribí esta nota para la revista NOTICIAS (también en el diario LA VERDAD). Va como homenaje a Naira y todos los que sufrieron este drama.

 

Omar Bello

Días pasados casi me mato con el auto. Salvé la vida de milagro. “¿Cómo se relaciona esto con el bullying?”, se preguntarán ustedes. Seguro que en nada, pero la cercanía de la muerte y el caso de Adrián Molaro, el jóven de 24 años que asesinó a su compañero Alexis Céparo después de dos décadas de acoso, me hicieron pensar algo: sólo quienes vivimos una experiencia así podemos entender qué significa ser un niño esclavo, cómo afecta, y la cantidad de pavadas que se escuchan; entre ellas pedirle a los chicos que busquen ayuda. Si no hablamos nosotros toman la palabra un montón de eruditos que aprenden en los libros.
La cosa empeoró con la muerte de una chiquita de 12 años en Florida, quien se suicidó empujada por quien se suponía era su mejor amiga.
En mi caso particular fui esclavo (y hay que ponerlo así, sin paréntesis) desde los 9 hasta los 13 años. José Luis García se llamaba el acosador en cuestión quien, poco a poco, tomó mi existencia como si se tratara de un vampiro. El dominio que logran estos personajes es tal que, lo último que quiere el niño afectado es llevarlo a otros espacios. Su casa, por ejemplo. García no sólo convertía mis días de colegio en un infierno sino que había detectado algo: lo último que yo quería era a mis padres formando parte del asunto. Para que tengan una idea de qué nivel de psicopatía estamos hablando, solía acompañarme con una tiza en la mano diciendo “Voy a escribir en el frente de tu casa todo lo que se dice de vos en el colegio”. Y lo que se decía de mi iba desde gordo inútil (no me gustaba el fútbol) hasta maricón. Además, y esto es muy importante, yo estaba convencido de que José Luis tenía razón en casi todo; es decir, no me sentía víctima de nada sino alguien descubierto en mi interioridad por un ser “superior”.

Puedo recordar con exactitud el día que todo empezó. Estábamos en la fila y me preguntó “Sabés lo que es c…”. Hoy puede parecer ridículo pero entonces no tenía la menor idea de qué estaba hablando. El único atisbo de ayuda que puedo registrar es haberle preguntado a mi madre sobre esa palabra. “Coser, como coser un vestido”, respondió ella. Ambos sabíamos que el asunto no pasaba por ahí aunque me alcanzó para entender que de “eso” no debía hablarse en cuarto grado. Al otro día me tocó la cola en el recreo. Le pegué una trompada y la maestra me llevó “detenido” a la dirección, vergüenza que para un alumno aplicado como era yo fue peor que el sometimiento que empezó a desplegarse.
Siempre bajo amenaza de perturbar el único nicho no asfixiante que tenía (mi hogar) José Luis, quien era repetidor y un año mayor que yo, comenzó un proceso que contado puede resultar inocente y por eso los adultos se confunden y lo minimizan, de hecho mi madre lo apreciaba. Primero me obligaba a acompañarlo a las clases de guitarra que él tomaba, yo quedaba ahí solo, esperando que terminara; después inició un ciclo que incluía hacerme visitar su casa todos los días por la tarde, alardeaba de tener un esclavo frente a sus amigos del barrio. Pedía que me escondiera en un pastizal cercano al arroyo y me quedara ahí, rodeado de bichos y gusanos horas enteras. Las ratas me caminaban por las piernas. Claro que lo peor pasaba en el cole. Durante los recreos afianzaba su liderazgo grupal tomándome como objeto de burla. Y acá hay un punto interesante: yo me defendía, peleaba. Sin embargo, cuanto más lo hacía peor era. O sea, la imagen del niño débil que no se enfrenta es un error. Cuando encontraba al resto de mis compañeros solo, cara a cara, me pedían perdón y hasta ofrecían ayuda, aparecía García y todos formaban un solo cuerpo.

En el verano marcaba los días igual que un preso, aterrado con la llegada de marzo. Pensé en matarme, matarlo, y eso que más allá de insultos y tocadas de trasero nunca intentó violarme o nada por el estilo. Sé que en nuestros días las cosas están más bravas. Ni quiero pensar lo que estarán atravesando algunos niños. Mi rendimiento escolar cayó en picada y hasta fui perdiendo la visión. Sólo una maestra, que no era de mi grado, se acercó un día para preguntarme qué estaba pasando. “Nada”, le comenté con terror, y pareció conformarse con la respuesta.
García masacró mi identidad. No era un monstruo, pero la combinación de mis problemas y los de él convirtieron la situación en monstruosa. En la fiesta de fin de curso hizo un pacto con todos los demás compañeros. Cuando yo subiera me gritarían los peores insultos delante de mi familia. Avancé por los escalones del escenario temblando y la noche anterior no puede pegar un ojo. Él me miraba fijo desde abajo aunque no dijo una sola palabra, tenía una media sonrisa que le bastaba para decirme “Me perteneces”.

Fue un lustro espantoso en el que viví girando alrededor de los deseos, caprichos y demandas de ese chico al que, debo admitirlo, hubiera matado con gusto. Sin atravesarlo, nadie sabe lo que significa transformarse en objeto de otro que utiliza la amenaza justo donde psicólogos y padres prometen soluciones. Porque a esa edad estás convencido de que la intervención de los mayores perjudica. ¿Saben qué? Ahora que tengo 50 años todavía sigo dudando si no será así, si la palabra bullying no es ligera para definir un espanto que los colegios creen corregir con charlas.
¿Cómo terminó? “¿A qué secundario vas?”, me preguntó el día que salíamos de séptimo grado. Le mentí pero él ya sabía perfectamente dónde iba. “Te voy a perseguir hasta el fin de tu vida”, me dijo. Y agregó: “Les voy a contar a todos tus nuevos compañeritos todo lo que sé de vos”.

Dado que yo estudiaba industrial y el comercial, apenas nos veíamos en los recreos y de lejos. ¿Mi solución? Esconderme en el vestuario del taller. Un año entero estuve ahí, escondido detrás de bolsos y ropa sucia para evitar verlo a la hora de “recrearse”. Un día salí y no estaba. Por las dudas me oculté otra semana más. Seguía sin estar. Alguien me contó que había dejado el colegio para trabajar con el padre. Fue el comienzo de mi vida adulta, hice amigos, lo pasé bárbaro, eso sí, no sé qué hubiera pasado si en lugar de abandonar él terminaba la secundaria.

Fuente:

http://www.laverdadonline.com/

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola el valiente muere hasta q el cobarde quiere es un dicho y es verdad yo sufro de bullying x una vecina desde hace 15 años tengo 32 y hasta hace unos dias me arne de valor le conteste y a todos sus insultos y demande como era de esperarse vino agredir mi casa y a insultarse espero salga a ni favor todo